9 may 2012

El profesor frustrado


Explicando matemáticas a un grupo de jovenzuelos,
una mosca impertinente penetró por la ventana,
y mirando sus cabriolas en tan curvilíneo vuelo,
me aconteció lo que a Newton al caerle la manzana.
De un hecho tan cotidiano que resulta natural,
se puede obtener en Ciencia un resultado palmario,
y lo que a los demás mortales puede parecer trivial,
para una mente curiosa es indicio extraordinario.
Así la mosca al volar, de una forma tan estable,
describiendo trayectorias de una hermosa curvatura,
me planteó de inmediato si estas eran derivables
y en mi ensimismamiento planteé esa conjetura.
Cuando aquellas derivadas más absorbían mi mente,
vi la mosca detenida, aplastada y hecha un asco
por la manaza asesina de un estudiante imprudente,
produciendo en mis neuronas un muy lamentable atasco.
De pronto a la realidad volví y me olvidé del insecto,
y a mis alumnos seguí tratando de explicar los temas.
Y recomponiendo el porte con ademán circunspecto,
seguí con la demostración de un famoso teorema.
Mientras tanto los muchachos bostezaban sin parar
y yo la tiza gastaba entre signos y premisas
y lo único que deseaba era poder acabar,
tratando de disimular mis ineludibles prisas.
Que Pitágoras me perdone si  yo ofendí su memoria
pero por mucho que intento ser un profesor modelo,
y aunque en el aula entro raudo, con empeño y con euforia,
ni el alumnado me escucha, ni muestra el más mínimo celo.
Me invade pues la tristeza, la desidia y la derrota
porque en esta tesitura siempre me veo impotente.
muchas veces me pregunto si estoy haciendo el idiota
pues no logro lo que quiero por mucho que yo lo intente.
Un día me voy a hartar del vacío de mi vida
porque hablar a una pared es actividad baldía
y aunque para consolarme puedo darme a la bebida,
casi prefiero esperar a ganar la lotería.
Mas si he de ser consecuente con mi forma de pensar,
si espero el gordo traiciono mis más básicos principios,
pues siempre dije a mis alumnos mil pestes sobre el azar
porque el juego es un engaño que acaba derivando en vicio.
Por lo tanto se plantea un dilema complicado:
O me dedico a jugar, desdeñando lo probable,
o continuo mis clases como un profesor frustrado.
¿Por qué opción optaría usted? ¡responda lector amable!

José M. Ramos. Pontevedra, 8 de mayo 2012